Opinión

La ajenidad del tandilense leve

18/11/2015

Suena el teléfono en la redacción de este portal de noticias. Llama un productor del canal de noticias Telefe. La empresa le ha encomendado una tarea que le parece fácil, habida cuenta de que el candidato a presidente Mauricio Macri es nacido en nuestra ciudad.

Nacido en Tandil, lo cual no significa que sea tandilense, se le explica de entrada. Resulta que el canal se apresta, este domingo, a enviar un equipo periodístico para cubrir lo que es una posibilidad: “Que un hijo de Tandil sea consagrado presidente de la Nación”, dice el productor. Para lo cual necesita contar con la colaboración de un colega del terruño que le señale algunas cuestiones básicas del hombre nacido en Tandil. Por ejemplo, su casa de la infancia, sus amigos, su barrio, la escuela donde estudió, alguna anécdota de juventud. En fin, lo usual, lo que haría cualquier periodista que llega al pueblo natal del hombre que el domingo podría llegar a la presidencia del país.

Sin embargo, le explico, nos encontramos con un sujeto ahistórico. Largo silencio al otro lado de la línea. Sin historia local ¿entiende? Una suerte de tandilense leve. Su partida de nacimiento expresa nada más que eso: un dato en el registro civil. Le cuento al productor la categoría de golondrina con que Macri pasó por Tandil. Allá por el verano del 68, digamos. Si ninguna golondrina hace verano, el niño Mauricio tampoco, le digo parafraseando el refrán. El tipo, cordial, insiste. Quiere saber si encuentra un sentido televisivo para que el domingo un equipo de Telefe llegue a la ciudad del candidato. Necesita imágenes de la golondrina. Le pido un par de horas y hago lo que hice siempre al momento de buscar el rastro indeleble de una historia. Salir a la calle y preguntar. Tocar los timbres correctos. Cuarenta minutos después puedo entrever la sombra efímera de Macri en Tandil.

Su padre, Franco, se dedicaba originariamente a la construcción. Parece que allá por los cincuenta hizo una obra de gas importante. Otro dato aparece como un misterio a develar: su hermano comercializaba en Tandil una marca de helados que en los 50 compitió contra Laponia. Además Franco se las ingenió para entrar en el “círculo rojo” del pueblo de entonces. ¿Cómo fue eso? Logrando cruzar la puerta del club de elite del Tandil de mediados del siglo veinte: Los 50. El número es todo un concepto. Entre los tópicos de acceso (aclaremos que no tenía “bolilla negra” como el Hípico según me aportó mi amigo José Luis Betelú), sólo se aceptaba como socio a quien estuviera casado con una socia del club. Era la manera de conservar el linaje societario. Macri conoce a la señorita Blanco Villegas, hija de un político y médico conservador que rompió el molde en Tandil al conciliar una alianza táctica con el socialista Juan Nigro para que la ciudad, en 1936, tuviera su Usina propia, pero ésa es otra historia. Franco Macri y la señorita Blanco Villegas dieron a luz a Mauricio. Quien profesaba un amor por su abuela legendaria, a la cual visitaba a menudo en la señorial casona de la Avenida Colón, la cual conserva actualmente toda su imponente plenitud. Macri, cuando estaba en Tandil (Navidad, Año Nuevo y los veranos) solía parar en la quinta familiar donde la frontera de Villa Laza y la falda del cerro se fundían sobre el remoto descampado, al fondo de Gaucho Rivero.

De adolescente Macri concurría al club Los 50 junto con su primo Jorge. Tonino, su tío, tuvo un secretario de lujo que le manejó la agenda: Albertito Cantarelli. Es uno de los hombres que mejor conoce al clan Macri en Tandil. Considerado el último playboy, el hombre que refundó la mítica Grisby tuvo una activa vida empresaria en Buenos Aires donde se codeó con figuras de la farándula y el deporte. Cantarelli solía parar en un restaurante de primera categoría que se llamaba Súbito, lugar a donde iba Mauricio. Como digresión válida acotemos que Macri tiene en Tandil un primo, Fernando “Pachaco” Ferrari. Es, Ferrari, el hombre que litigó contra el Municipio pidiendo que le devuelvan el Parque Cinque que en los 90 había donado doña Argentina Cinque. El asunto fue a la Justicia, hasta que Ferrari decidió retirar su demanda. Se cree que tomó por ese atajo obligado porque el escándalo de haber irrumpido en un predio ajeno y pedir lo que no le correspondía podía afectar la imagen de su célebre primo.

En Los 50 no hay quien no recuerde a Macri. Evocan el día que se apareció por el club con un gomón o bote de color amarillo (vaya cromático presagio), y los muchachos de la aristocracia lugareña hicieron hasta lo imposible para hundirlo en las cristalinas aguas de la pileta del club.

Macri tuvo, al menos, dos amores inolvidables en Tandil. Uno de ellos deparó para él cierta consecuencia indeseada por lo escatológica de la misma. A principios de los 70 peleó y ganó el corazón de una señorita tandilense, quien una noche en Circulares debió optar entre él y un vecino al que aquí llamaremos como El Hombre de las Fotocopias, puesto que al rubro de la reimpresión le ha dedicado toda su vida de comerciante. Esta historia la conté hace algo así como diez años en el mensuario Tiempos Tandilenses. La señorita eligió al joven que ya estudiaba en el colegio Newman de Capital Federal, y que disfrutaba con sus amigos los veranos en Tandil, antes que al pibe de la Escuela Normal que hacía un tiempo le venía arrastrando el ala. Fue un encuentro agrio en la penumbra de la discoteca. El Hombre de las Fotocopias los vio bailando lento bajo la opacidad de la luz negra, en el centro de la pista, y supo que había perdido ante ese porteño flaco, de ojos celestes y aspecto glacial.

Salió de Circulares –9 de Julio y Avenida España- y caminó hasta la esquina. Cuarenta metros más allá, sobre 9 de Julio, frente al boliche Bracco, descubrió el coche. Un Fiat 125 azul, impecable, estacionado sobre el cordón de la vereda. Era el auto del niño Mauricio. Nuestro personaje avanzó bajo la luna del crepúsculo, las manos en los bolsillos, el modesto sweater comprado en Lucky sobre los hombros, la desazón de la derrota, a una edad –la adolescencia- donde un golpe amoroso era lo más parecido a una tragedia. Llegó hasta el coche, miró a ambos lados de la calle desierta, y tanteó la puerta delantera que estaba cerrada pero sin llave. Tal como correspondía al estadio de pueblo angélico de aquellos años. Abrió la puerta, se bajó el cierre de la bragueta y se dispuso a orinar lánguidamente sobre el tapizado flamante del Fiat. Hasta la última gotita.

-¿Le parece que el domingo habrá una gran movilización popular si gana la presidencia? –me indaga el productor de Telefe.

Le explico que Macri no es Juan Martín Del Potro ni René Lavand. Que para su biografía personal Tandil es una página traspapelada entre los veranos de juventud, el amor de su abuela, la pileta de Los 50. Podrían tratarse de postales de su paraíso perdido si Tandil fuera la entrañable patria de su infancia y no ese lugar azaroso e impersonal donde él llegó al mundo. Un no-lugar, para decirlo en el concepto que acuñó Marc Augé cuando se refirió a los lugares de transitoriedad sin profundidad ni empatía. Y que esa ajenidad es probablemente recíproca con las ciento cincuenta mil almas que habitan este valle. Es cierto que si Mauricio Macri llega a ser presidente, será el primer presidente nacido en nuestra ciudad. Pero no será en términos identitarios el primer presidente que dio Tandil. Y no se trata de una cuestión semántica, sino de algo que tiene que ver con la potencia intangible de los asuntos del corazón.

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