Opinión

El indeseado

13/11/2015

La historia de la democracia moderna, desde su recuperación en 1983, no registra un caso como el de Daniel Scioli, candidato que en plena campaña electoral ha sido denostado por referentes del propio espacio político que representa.

El primer agravio vino por  elusión: en sus últimos dos discursos la Presidenta decidió no nombrarlo. La categoría de innombrable fue asumida estoicamente por Scioli, aunque cuando le tocó padecerla de cuerpo presente un semblante de abatimiento cruzó su rostro. La foto que ilustra este artículo describe su martirio. “Belgrano y San Martín ya no están”, dijo Cristina, aduciendo que había que elegir entre dos modelos políticos y no entre dos hombres. La metáfora no careció de elíptica crueldad: si el candidato es el proyecto, cualquiera podía estar sentado allí donde estaba sentado él, sin nombre, sin apellido, porque lo que iban a tener que elegir los argentinos no sería a Scioli sino a “Tus derechos” o Macri.

A la hora de la venganza -y con pocos códigos de pertenencia a un grupo político-, fue Florencio Randazzo quien castigó al candidato "que eligió Cristina y ahí tienen los resultados".

También el intelectual de Carta Abierta y Director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, lo fustigó por su escasa densidad ideológica, pidiéndole que cambie la levedad de sus gustos musicales. Para coronarla dijo que lo votaría “desgarrado”.

Por su parte Hebe de Bonafini lo tildó de “inútil que hizo mierda la provincia pero al que debemos votar igual”.

El dardo sutil se lo aplicó días después Aníbal Fernández cuando declaró que “me hubiera encantado que Scioli me defendiera en el programa de Lanata”.

Poco favor le hicieron al candidato, además, las infelices declaraciones de José Pablo Feinmann sobre la gobernadora electa María Eugenia Vidal y la viralización de un video donde Kicillof tildó de “forro” a Sergio Massa. Se sabe que Scioli necesita de los votos de Massa como el aire que respira.

Es ostensible que en una campaña los goles que más duelen son los goles en contra. Cada día que pasa y urgido por la necesidad de empatar el partido, Scioli va hacia el arco de enfrente donde, orondo, lo espera Macri. Parafraseando la imagen que pintó Jorge Asís, va hacia el área rival con la desesperación del arquero buscando el cabezazo salvador en tiempo de descuento. Pero una fuerte duda lo acecha: no debe estar muy seguro de que toda la gente de su equipo quiera que gane el partido.

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