Policiales

Chorromotos

19/02/2015

Nota de tapa de la ultima edición del semanario ElDiariodeTandil con un trabajo de investigación sobre un tema de candente actualidad.

Hasta 2012 la venta de motos venía batiendo récords en una lógica de crecimiento exponencial del parque automotor. Aunque luego la crisis frenó el movimiento del rubro, la cantidad de esos vehículos en circulación hace que sean un blanco predilecto de los delincuentes. En esta ciudad no se habla de motochorros, es decir, ladrones que actúan generalmente en pareja valiéndose de la versatilidad de los vehículos de dos ruedas para la huída en grandes centros urbanos. En cambio, pisan fuerte los "chorromotos", delincuentes para quienes la moto no es el medio sino el fin. En Tandil los robos y hurtos son de oportunistas, casi siempre sin armas, pero preocupa que en algún momento se instale la modalidad de robo de motos con uso de violencia, como ocurre en CABA y el Gran Buenos Aires.

Se estima que el año pasado se robaron alrededor de mil motos. La cifra incluye robos y hurtos más la proyección de los hechos que no son denunciados. No sorprende, entonces, que en el mismo período la Dirección de Tránsito haya secuestrado en sus operativos 1.228, la mayoría sin papeles. Por diversos motivos unas 500 no serán reclamadas jamás y se harán reliquias, una junto a la otra, en alguno de los galpones y espacios municipales destinados a almacenarlas. A día de hoy son 2200 metros cuadrados entre el patio de las oficinas ubicadas sobre la calle Belgrano y los galpones ubicados a la vuelta, sobre avenida Santamarina, donde funcionó durante años la Dirección de Servicios. Pero cada año hay que destinar nuevos espacios porque el Municipio actúa como custodio legal de esos vehículos y sin una orden judicial no se las puede llevar al depósito de Cerro Leones.

Con semejante cantidad de vehículos secuestrados desde hace tanto tiempo sería lógico que la policía hiciera un relevamiento semanal para actualizar una base de datos con información sobre esos rodados, que pudiera cotejar con las denuncias de robos. Es mucho más que un pálpito que del 40 por ciento de las motos que nunca serán reclamadas, muchas han sido botín de un robo. Sin embargo, las fuerzas de seguridad nunca pusieron en práctica una medida tan obvia que se le ocurriría a cualquier aprendiz de investigador.

El Director de Tránsito, Walter Villarruel, explica que "las motos secuestradas no tienen ningún papel, los conductores tampoco tienen documentación personal ni carnet de conducir, y si lo tienen, no lo exhiben y dan datos falsos para no figurar en los registros de infractores y no pagar las multas cuando tienen que renovar el permiso para conducir".

Muchos vehículos secuestrados están ensamblados con partes de distintas motos y no cumplen mínimas condiciones de seguridad "ni luces, ni frenos, son un desastre".

Uno de los obstáculos para avanzar en la detención de las motos que se sospecha son robadas radica en la imposibilidad de ejercer alguna acción para que el conductor se detenga."Nosotros no podemos tocarlos y la policía tiene prohibido hacer persecuciones, así que los que no escapan directamente pasan entre nosotros haciendo zig-zag".

Recuerda un operativo nocturno donde un joven se detuvo y no tenía ningún papel. "Me dijo que le secuestrara la moto, que enseguida iba a robar otra, llegan a un extremo de impunidad que es tremendo".

En estos operativos de tránsito se podrían detectar motos robadas si el trabajo de la policía fuera más expeditivo, pero a veces parecen tener desinterés, falta de medios tecnológicos básicos, o ambas cosas.

"Cuando paramos una moto sin papeles el policía tiene que tomar los números de serie y cotejarlos con la base de datos, así que pasa por radio a la central esa información y en teoría le deberían decir si está con pedido de secuestro, pero depende de las ganas que tengan ese día de hacer el trabajo. Nos ha pasado que desde la base el operador respondió que la moto no tenía pedido activo y al lunes siguiente, el policía que estaba con nosotros en el operativo vino a decirnos que había ido personalmente a chequear el sistema y la moto efectivamente estaba denunciada como robada. Nosotros trabajamos prácticamente a oscuras", desnuda Villarruel.

La pata policial no es el único problema. También las leyes parecen estar a favor de los malos. Un agente de calle cuenta que no hace mucho fue atropellado por un motociclista que pretendía evadir un control, estuvo cuatro meses en recuperación tras la operación de rodilla. Lo que más le duele es recordar que "a pesar de que al pibe logramos retenerlo, el fiscal ordenó que lo dejáramos ir, sentí una impotencia muy grande".

Villarruel, Licenciado en Trabajo Social, es consciente de las sensaciones del personal a su cargo y por eso organiza charlas semanales. "Reflexionamos sobre la tarea que hacemos, les digo que es importante, que ellos no simplemente están cobrando multas sino cuidando a toda la sociedad, haciendo cumplir las leyes, creando conciencia sobre la forma en que hay que manejar".

De todos modos, reconoce que es una tarea ingrata. Días atrás, cuando un agente fue embestido por un motociclista que escapó de un control "la gente se puso de nuestro lado, pero te aseguro que si al chico de la moto, que era menor, lo perseguimos y tiene un accidente ahí iban a decir que somos unos criminales, la gente es ingrata y muy veleta, sobre un mismo tema cambia de opinión tres veces al día", reprocha.

La agresión que refiere el funcionario no siempre es verbal. Relata que en un operativo llevado a cabo sobre avenida Eva Duarte, donde se corrían picadas, "los que estaban mirando las carreras nos empezaron a tirar piedras, nos tuvimos que poner a cubierto porque llovían cascotes".

Picadas por la moto

Se trata de una nueva modalidad. Las convocatorias se hacen por redes sociales y no descubrimos nada si decimos que es muchísima la gente que concurre a mirar.

Los desafíos son los tradicionales, pero como cada vez cuesta menos conseguir las motos, porque en su gran mayoría son robadas, terminan siendo el premio para los ganadores.

Ahí radica la variante. Quienes llegan a la Diagonal Arturo Illia; Don Bosco o la avenida Lunghi y su continuación Eva Duarte deseosos de demostrar la velocidad de su moto y sus habilidades conductivas, deberán poner en juego la moto. Pero el perdedor no se preocupa demasiado, porque en cuestión de horas ya tendrá otra, presumiblemente robada por él mismo o comprada por unos pocos pesos en el mercado negro.

Tres días de alta tensión

Moría noviembre de 2014 cuando a Hugo le robaron su moto, entre noche de sábado y madrugada de domingo. Había dedicado casi todo el día a organizar, junto a otros miembros de la asociación a la que pertenece, los preparativos de la tradicional cena anual. Con la moto -un rodado modelo 2013, valuado en $90 mil- había hecho ese día varios viajes dentro de la ciudad para ultimar detalles de la despedida del año, que se llevaría a cabo esa noche en el club Gimnasia y Esgrima. Aunque tiene un automóvil mediano prefirió usar la motocicleta, que le resultaba más cómoda para sortear el tránsito y también al momento de encontrar estacionamiento. Pero a la noche, para concurrir a la comida, prefirió cambiar por el vehículo de cuatro ruedas para que sus padres, que lo acompañaron, no tuvieran que llamar un remís. Tras la cena y de regreso a la vivienda familiar -en cercanías del Barrio General Belgrano- la madre de Hugo se preocupó: "¡Uy, dejé la puerta abierta!". Al descender del auto cayeron en la cuenta de que no había sido un olvido de la mujer, la doble hoja del portón había sido violentada y la moto ya no estaba.

Un patrullero arribó poco después de que telefonearan al número de emergencia. A la desazón de inicial se sumó la actitud de los uniformados. "Pensé que iban a buscar rastros, huellas, algo, pero meneaban la cabeza con actitud pesimista, como dándome a entender que no podían hacer nada. En un momento así uno espera que quienes trabajan para cuidarnos sean profesionales, pero daban la impresión de no tener muchas ganas".

Esa especie de triste certeza sobre el compromiso de los policías con su tarea llevaría a Hugo a emprender un derrotero de 72 horas por el submundo del delito, enfrentando una trama de hampones, ciudadanos dispuestos a comprar bienes robados y una institución policial con escasa capacidad de respuesta.

Búsqueda frenética

Uno de los trabajos de Hugo es como personal de seguridad, en recitales y eventos, mayormente en horario nocturno. Esa faceta lo ha llevado a conocer a muchas personas y hacer una red de contactos. Decidió que, al margen de lo que hiciera o dejara de hacer la policía, exprimiría al máximo esa ventaja para tratar de recuperar el vehículo que le costó años de ahorro comprar.

"Empezamos a averiguar y a filtrar información porque nos llegaban datos de todo tipo, mis amigos habían puesto en Facebook esa misma noche un aviso con mi foto y la de la moto y a la madrugada el teléfono no paraba de sonar". Se toparon con historias de esas que a alguien le contó el amigo de un amigo, como que en tal lugar hay un galpón lleno de motos robadas. Descartando las leyendas urbanas, quedaron algunas certezas. Una de ellas apunta al triángulo de comercialización de motos robadas, con un vértice en Villa Aguirre, otro en La Movediza y el tercero en Las Tunitas. Por lo general, quienes roban los vehículos son el primer eslabón de la cadena, el segundo es el vendedor, que es quien se lleva la mayor parte de la ganancia; el tercer eslabón es el comprador.

La red de contactos y amigos produjo un dato concreto: la moto había sido vista estacionada en el barrio La Movediza. "Mientras yo iba a la policía uno de los chicos lo chequeó en persona y me avisó por teléfono que era verdad, la moto estaba ahí".

En la seccional segunda lo tuvieron a las vueltas. El tiempo parecía correr más rápido mientras se le ponían los nervios de punta y experimentaba una sensación mezcla de incredulidad, desazón y bronca: "Les estaba diciendo en qué lugar estaba mi moto y ellos demoraban la acción, les rogaba que fueran ya a buscarla, que un amigo la estaba viendo, pero me decían que había que llamar al fiscal, buscar testigos... Yo estaba desesperado porque si no recuperaba la moto no podía comprarla nunca más. Además no entendía nada porque si uno es víctima de un delito recurre a la policía en busca de auxilio profesional, pero ellos se lo tomaban con toda la calma del mundo".

Poco más de una hora pasó en la comisaría aguardando que un patrullero se dirigiera a la dirección que había proporcionado para recuperar su vehículo. Entonces sonó su celular. El amigo que la había encontrado le informaba que alguien había salido del lugar. La moto volvía a desvanecerse. "Tomé aire para tranquilizarme y le dije al oficial que me atendía que la moto ya no estaba, que no se hiciera problema en ir a buscarla, ahí me di cuenta de que si no la recuperaba yo nadie iba a hacerlo, me di cuenta de que tenía que hacer las cosas por mi cuenta".

Hágalo usted mismo

Fuera de la comisaría, enojado, decepcionado pero decidido, siguió recibiendo llamadas y mensajes con pistas sobre el robo. "Tres o cuatro de los datos que me llegaron coincidían en algo, en Tandil hay tres ladrones de motos grandes, uno no estaba en la ciudad, así que nos quedaban dos".

Era de noche cuando Hugo salió con tres de sus colegas rumbo a Las Tunitas. De camino divisaron a una de las personas que buscaban. "Lo subimos al auto y le pegamos una apretada verbal, nos vio grandotes y como yo estaba sacado enseguida cantó todo, nos dijo que él no había sido y nos dio el nombre del otro, la dirección en el barrio 17 de Agosto, todo. Lo mandó al frente", rememora.

Al día siguiente Hugo y dos de sus compañeros enfilaron hacia la casa del presunto ladrón de la moto. El cuarto integrante del grupo se quedó en el auto porque lo conocía y no querían que el delincuente utilizara ese hecho a su favor. "Primero atendió la madre, le dije que era un amigo y ni bien se asomó lo agarré del cuello y le exigí que me devolviera la moto. Empezó a temblar y me dijo que me la iba a conseguir, en un momento casi se le escapa decir que me la iba a devolver, o sea, quedó claro que él la había robado, aunque ahora no la tenía".

La moto había sido entregada a un hombre que se dedica a la venta, que era quien le había encargado una de similares características al delincuente con el que Hugo había dado finalmente. Precisamente, el vendedor de motos robadas tenía su base de operaciones en un domicilio de La Movediza, el lugar donde horas antes la habían avistado. Allí donde la policía nunca fue, aludiendo a la autorización de la justicia, la necesidad de encontrar testigos y otras cuestiones de procedimiento.

De víctima a perseguido

Con el delincuente emplazado en horas para devolver la moto, la red de conocidos de Hugo seguía produciendo novedades. Uno de los amigos que lo acompañaban en todo momento recibió un llamado de otra persona, que decía estar con un ladronzuelo que tenía datos precisos.

"Era un chico de unos 17 años. Me dijo que él hacía (robaba) casas, pero que sabía dónde estaba mi moto. Se ofreció a indicarme el lugar así que subió al auto y fuimos adonde antes me habían avisado que estaba, justo en el sitio que le dije a la policía. El pibe me dijo que el responsable del robo, el que le había comprado mi moto al ladrón, era un tipo al que apodaban El Gordo".

En ese momento el auto en que se movilizaban fue interceptado por tres patrulleros en un despliegue digno de una serie de acción. "Resulta que la madre del chorrito vio que se subía al auto con nosotros y denunció que al hijo lo habían secuestrado, así que terminamos todos en la comisaría, el pibe los enfrentaba a los policías y les decía que yo era su amigo, que estaba conmigo por voluntad propia". La escena que relata es surrealista, le había dicho a la policía dónde encontrar la moto y no habían hecho algo para esclarecer rápido el ilícito, horas más tarde, un ladrón sacaba la cara por él ante los mismos policías, que ahora intentaban llevarlo detenido por secuestro.

"Uno de los policías me dijo que pusiera las manos en el capot, menos mal que otro me conocía y le dijo que no era necesario porque te juro que ya estaba tan indignado que los agarraba a trompadas".

Hace una pausa en el relato, porque se percata de que es digno del realismo mágico. "Te juro que te estoy contando la verdad, no exagero nada". Le creemos, en nuestra Argentina García Márquez se hubiera muerto de hambre.

"Cuando llegamos a la comisaría el jefe de calle, que también me conocía, me dijo que no hiciera nada por mi cuenta, que me tranquilizara, pero yo estaba sacadísimo porque no tuvieron un patrullero para ir a recuperar mi moto al lugar donde estuvo durante más de una hora estacionada, pero si tuvieron tres patrulleros y diez policías para ir a buscarme a mí, que estoy tratando de hacer el trabajo que les corresponde a ellos".

Cuando salió de la seccional era casi medianoche de lunes feriado. "Salimos con los muchachos rumbo a Las Tunitas porque el que me había llevado la moto no se había comunicado y el plazo que le dimos estaba vencido", recuerda. Pero de camino, se serenó, reflexionó sobre el estado de excitación en que estaba por todo lo que había pasado en las últimas 48 horas. "Paré el auto y atrás los muchachos que me acompañaban, éramos cinco, tomamos aire y reflexionamos, teníamos miedo de que todo terminara mal y que alguien saliera lastimado. Uno dijo que por el estado en que estábamos podíamos mandarnos una cagada y terminar presos nosotros en vez de los ladrones, así que decidimos esperar hasta el otro día".

Hugo tardó en conciliar el sueño. Se sobresaltó cuando a primera hora del martes su padre lo despertó con la noticia de que la moto estaba estacionada afuera.

"Le faltaban los espejos y la patente. Después estuve ocho días enojado con la moto, la guardé en el garaje y no la quería ni mirar. Cuando finalmente la lavé le saqué las cachas y ahí me di cuenta de que no arrancaba porque le habían desconectado una ficha para poder arrancarla, porque no tenían la llave".

Epílogo

Hugo dio aviso a la policía de que su moto había aparecido. Lo tuvieron un día entero haciendo trámites y firmando papeles.

El ladrón de Las Tunitas había recibido de "El Gordo" de La Movediza $7 mil por el robo, este a su vez cobraría $15 mil al encargado de un campo, que había pedido le consiguieran una moto de ese tipo, ideal para el trabajo cotidiano.

Los delincuentes "trabajan", en última instancia, para vecinos que compran a precio vil bienes sustraídos.

Es probable que algunos de ellos, incluso, pongan el grito en el cielo por la inseguridad. Quién sabe, tal vez hasta asistan a alguna marcha o repliquen en Facebook su crítica a los gobiernos de turno porque "así no se puede vivir más".

"Me robaron la moto y la fui a buscar a la escuela de Las Tunitas"

La historia deja mucha tela para cortar. Un entramado de desinterés, desidia y falta de ganas de actuar por parte de la Justicia o un campo liberado y cierta complicidad de parte de la policía. Tal vez ambas cosas. Nadie se hace responsable, pero la realidad es que en Tandil se roban un promedio de 3 motos por día. “Yo señor… no señor” parece hasta un juego donde unos le echan la culpa a los otros.

"Nosotros hacemos el trabajo, pero la Jueza no da las órdenes de allanamiento", dice la policía, mientras los damnificados testifican hasta los nombres y apellidos de quienes tienen los ciclomotores.

Esa inacción provocó una reacción y por eso en los últimos tiempos varios propietarios se aparecieron en la guarida de los delincuentes a reclamar lo suyo. Alguno incluso portando un arma, decidido a todo. "Hay que ser rápido y no darles tiempo a desarmarlas o a que las metan en el circuito de venta", revela un habitué del Bar Golden, quien pudo recuperar su moto de mediana cilindrada por intermedio de un conocido, que le indicó exactamente dónde podía buscarla.

"Me querían cobrar, les mandé a decir con este conocido que me la devolvieran o los iba a ir a buscar y les quebraba las piernas, se ve que eran unos pendejos y mi intermediario les dijo que no jodieran porque yo era un tipo pesado, creo que por eso me la terminaron devolviendo, se la dieron a él, se fueron al mazo", explica con voz ronca y pausada desde su metro noventa.

Otro caso es el de Juan Pablo, empleado de un supermercado, a quien le robaron su Gilera Smash un martes a la madrugada y, antes del miércoles, ya la tenía en su poder. La historia tiene sus particularidades. La moto del muchacho no andaba, estaba para ser llevada al mecánico después de un accidente de tránsito. "Me atropellaron en una esquina y me fracturé la clavícula, así que no la estaba usando y tenía que hacerle unas reparaciones", explica.

Por los desperfectos que presentaba su scooter está convencido de que “la debieron llevar entre dos o tienen algún vehículo donde las cargan, de otra era casi imposible porque la rueda de atrás estaba trabada”.

Hasta la tarde del día del robo atravesó todos los procesos a los que son sometidas las víctimas de la sustracción de un ciclomotor. Pero en horas de la tarde, siguiendo pistas en las redes sociales se fue metiendo en un ambiente que le era totalmente desconocido.

“Una amiga subió la foto de la moto a Facebook y alguien le dice que esa moto la tenía él y que si quería recuperarla debía darle $1.500”.

Si bien debía pasar por el taller luego de recuperarla, los trabajos ya estaban presupuestados y “me convenía pagar y recuperar la Gilera que ir a comprar una nueva. Por eso acepté, pero antes le pedí a unos conocidos que sabían quiénes eran los chorros que se dieran una vuelta por Las Tunitas para vigilarme todo, porque ya tenía nombre y apellido de los ladrones”.

La trama de la recuperación comenzó a tomar ribetes de película, según iba recabando información, a medida que pasaban las horas y llegaba el momento del encuentro.

NdR:(A continuación omitimos nombres y apellidos porque los delincuentes son menores de edad y la legislación nos lo impide). Nos cuenta Juan Pablo que “yo me quedé de encontrar con uno de los Le…, que actúa en complicidad con un hermano, con Ca… que es cómo el cabecilla y con Lo…”

A la hora acordada, “estaba con un amigo esperando. El ladrón se acercó y ahí me empezaron a dar unas ganas de embocarlo y destrozarlo a palos, pero me contuve. Lo primero que me preguntó fue por la plata y se la tuve que mostrar”.

Pero el momento de la entrega trajo aparejada la gran sorpresa para nuestro interlocutor, porque “no agarró para el lugar que me dijeron que estaban las motos, fue para la Escuela 10. Entramos y nos dirigimos al Salón de Usos Múltiples ahí estaba mi scooter y había más motos, seguramente robadas”.

El lugar descolocó a Juan Pablo y “me indignó muchísimo, no puedo creer que estos pendejos sean los dueños del barrio, cuatro pibes menores no pueden trabajar con tanta impunidad y utilizar una Escuela en vacaciones para esconder lo que roban y que nadie se dé cuenta, que nadie observe que entran y salen del lugar como pancho por su casa".

Ese enojo y el hecho de que al momento del intercambio habían quedado sólo Juan Pablo con uno de los menores “me permitió jugarme una carta que terminó saliendo bien, porque cuando me trae la moto y me pide la plata, me salió de adentro decirle no te doy un carajo y si te llego a ver por mi casa te rompo la cara a vos y a los otros tres”.

Sorpresa y media

Había recuperado la moto y sin desembolsar un centavo. La jugada le había salido bien, más allá de los sinsabores y la bronca acumulados. Había visto cómo las motos robadas estaban en el SUM de la escuela del barrio. Por eso creyó que ya no habría sorpresas. ¿Qué otro ribete podría tener esta historia para volver a sorprenderlo?

"A pesar de que mucha gente no denuncia estos robos yo fui a la comisaría primera para hacer la exposición y contar todo, porque siempre se insiste en los medios con que hay que denunciar los delitos, que es una forma de darle herramientas a la policía y la justicia y de ayudar a otros vecinos. Como en esos días se habían robado seis o siete motos y en la escuela había varias además de la mía, pensé que si contaba todo podrían recuperar las demás".

Pero las expectativas del joven chocaron de frente contra una pared de burocracia. Recuerda que le hicieron muchas preguntas hasta que en un momento esbozaron un curso de acción que lo dejó perplejo: "Hagamos una cosa, si la Jueza nos da la orden de allanamiento esta Testimonial está bárbara, de lo contrario hacemos otra donde decís que la encontraste tirada”. Fue como un golpe al mentón, de esos que dejan groggy a un boxeador peso pesado. "Yo quedé descolocado, me parece que el policía se dio cuenta y me empezó a contar que tienen muchos problemas para que la Jueza (de Garantías de Menores del Foro Penal Juvenil) les otorgue las medidas que ellos solicitan. Yo apenas si podía entender lo que me decía, ¿cómo no les van a dar una orden de allanamiento si hasta les hice un croquis para llegar al lugar donde estaban escondidas las motos?”.

Pasaron los días y aunque Juan Pablo tenía su moto, le había quedado la intriga sobre los resultados de su decisión de hacer la denuncia y aportar datos: “Miré los diarios, los portales y no encontré ni una noticia chiquita diciendo que habían secuestrado esas motos o, al menos, que allanaron y no encontraron nada”.

Prefiere no hablar de culpables o cómplice porque tiene la versión de la policía sobre los impedimentos legales que los limitan para hacer el trabajo y les cree, "porque vi de la manera que se movieron, que se yo, me parecieron convincentes cuando me dijeron que querían esperar para poder agarrarlos a todos juntos, lo que pasa es que en ese momento cuando yo denuncié tenían las motos ahí y era para agarrarlos enseguida, con las manos en la masa".

En este caso, es más que claro que los tiempos de respuesta de las instituciones y sus protocolos son inadecuados. Los policías culpan a la justicia porque demora en aprobarles medidas de acción que permitan atrapar a los sospechosos de un delito. Desde la justicia responden que los policías tienen a su disposición las herramientas que necesitan y que deben recolectar pruebas antes de que se les apruebe una medida de esa naturaleza. Desde ambas instituciones, particularmente desde la policía, recuerdan que el código es demasiado garantista y eso redunda en una mayor facilidad para delinquir.

Excusas sobran. Sin embargo, como dice el refrán campero, "somos todos buenos pero el poncho no aparece".

 

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