Policiales

El hombre de la doble vida

30/07/2014

La policía ofreció detalles de Hugo Alejandro Lambrecht –el Chorro Grido-, actualmente preso en la Comisaría Primera e inopinado ladrón que llevaba una perfecta doble vida. Entre lo aportado, todavía queda pendiente un misterio por resolver. Pase y lea.

Como un esposo angélico a la mañana y un amante subrepticio y veloz por las noches. Como un catequista de domingo en la Iglesia y un pecador obstinado los seis días de la semana. Como un trabajador de la planta frigorífica Cagnoli –a la cual, dicen, ya no pertenecía-, al arrebatador nocturno que desquició a sus víctimas y puso en ridículo a la policía. Con una pistola de juguete. La réplica de un Colt 11.25 con corredera plateada.

Alto, flaco, de 31 años, se presume que padre de familia –sin antecedentes, tal como lo comunicó la policía hoy en rueda de prensa para referirse al sujeto en cuestión-, todavía los investigadores trabajan sobre varias hipótesis para interpelar la psique del delincuente. Del que nadie en su entorno sospechaba absolutamente nada.

Su modus operandi ostentaba precisión y velocidad. El Jefe Distrital de Policía, comisario Jorge Giménez y el titular de la Comisaría Primera, comisario Carlos Villegas, contaron –no sin cierta secreta perplejidad- que Lambrecht construía la escena del robo en sólo 14 segundos. Y demoraba menos de 1 minuto entre que llegaba al negocio, robaba, salía, subía a su automóvil y se perdía en las primeras sombras de la noche. No llegó a ser un arrebatador del alto crepúsculo, sino de esos tardíos atardeceres, la víspera de la noche misma en la que él aportaba su indescifrable naturaleza de delincuente antisistema. Porque hasta los ladrones requieren de una estructura, razón por la cual en algunos ámbitos de los mentideros del empedrado se decía que el hombre robaba para la policía. Una suspicacia ofensiva que seguramente enfureció más a los propios uniformados.

Ahora se saben varias cosas: que manejaba un Renault 11, que usaba una pistola de mentira, por decirlo así, detalle que será un atenuante para el abogado que deba defenderlo. Fue indagado, en la seccional primera donde permanece detenido, por cuatro hechos. Y vaya a saber los que tiene encima y los que, como a la pasada, también le van a computar en el prontuario. Si algo espera la prensa, tal vez su familia, los amigos, la gente que lo frecuentaba, es precisamente eso: el juicio. Para que Lambretch hable. Y explique las razones de la doble vida, si es que hay una razón más profunda –o más filosófica- que no sea el único producto que exigía de sus robos calificados: la plata. Que hable para contar en qué momento de su ignota existencia, decidió dejar de ser Lambretch para convertirse en el Chorro Grido, cadena de heladerías a la que golpeó, con saña científicamente inexplicable, donde las cámaras de video dejaron impresa su inconfundible fisonomía.

Tenía un patrón delictual que respetaba a rajatabla. El del amante quirúrgico, veloz y furtivo. Siguiendo con el ejemplo, no era uno de esos tortolitos forzados a escapar por la ventana de la habitación conyugal ante la sorpresiva llegada del marido. Aunque siempre, contaron Giménez y Villegas, llegaron tarde “por segundos” al lugar del hecho. Pero Lambrecht, con el reloj del tiempo límite en la cabeza, los dejaba pagando. Incluso hasta situarlos en la cornisa del absurdo: los policías, desesperados por aprehenderlo, utilizaron hasta sus autos particulares para camuflarse en las cercanías de los lugares donde el ladrón solía golpear o volver a golpear. Su caso convoca a una modesta narrativa: resulta inevitable imaginar a los policías con un mapa (El TEG Chorro local) desplegado sobre la mesa del Jefe de la Distrital, imaginando cuándo y dónde el Chorro Grido atacaría de nuevo. Metáfora sarcástica hasta ahí: algunos dicen que entre los 2000 comercios de la ciudad, hay uno que se llama “Kamchatka”... Pero lo cierto es que la policía debió penar contra un hombre sin rastros delictuales históricos detrás, la presión de la superioridad y cierta gastada de la opinión pública. El Chorro Grido pasará a la historia no sólo por haber robado varias veces el mismo lugar (rompiendo el canon de que el asesino nunca vuelve al lugar del crimen), sino porque sus andanzas dejaron en offside a un ente portador de un nombre pomposo y que la rústica y artesanal eficiencia de Lambrecht desafió: la Policía Científica. “Su caso es muy jodido para el vigilante. Es como si un chorrito de los suburbios hace cuarenta o cincuenta años hubiera robado el Banco Comercial con un revólver de cebita comprado en la juguetería Aladino. ¿Me entiende? Ante semejante bochorno, el comisario Vulcano se hubiera amasijado en la propia garita del banco”, confió a este portal de noticias un policía jubilado que fue todo un personaje para su época.

Lambrecht robaba a cara descubierta o semitapada. Cabeza con gorro. Cara con cuello. En comercios distantes entre sí. Y no siempre en la misma zona. En negocios exclusivamente minoristas. Kioscos y panaderías. Tal vez lo que rompió los manuales del Pensamiento Oficial de la Policía era su invicta soledad. Chorro sin apoyo, sin campana, sin logística. Él y su pistola plateada. Y un auto de rango modesto como para pretender fugar a toda velocidad en el caso de urgencia perentoria.

Hasta ahora queda pendiente un misterio por resolver: ¿qué hace que un hombre común de un día para otro se vuelva un delincuente de tiempo compartido? La policía merodea una incierta pista ligada al Dosto. Al icono de la literatura “lúdica”: Fedor Dostoievski. Si fuera así, Lambrecht tendrá un buen tiempo a la sombra para leer El jugador. Novela consagratoria para el escritor ruso. Más que consagración, los rostros de Giménez y de Villegas -hoy en la conferencia de prensa- trasuntaban un larvado alivio.

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