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Adiós al bar icono de una generación: cerró Olivia

17/07/2014

Fue para los turistas la confitería del Hotel Austral, pero para centenares de vecinos se constituyó en una alquimia de bar-pub inserto en los usos y costumbres de toda una generación. Ayer, ante la jubilación de su dueño, “Manguera” Magneres, el Bar Olivia cerró sus puertas.

Nació a fines de los 70 como el espacio gastronómico anexo al Hotel Austral, un clásico hospedaje del Tandil del siglo veinte. Pero la verdadera historia de Olivia trascendió el desayuno circunstancial que bebían los pasajeros del hotel. Y se naturalizó como uno de los bares centrales para –por lo menos- una generación de tandilenses que lo visitaron, con la misma fidelidad que Olivia conservó hasta el fin de sus días: la discreción, el sobrio mobiliario, la decoración que nunca pareció mutar, ni siquiera con el cambio de las épocas, los parroquianos de siempre en las mesas de la mañana, y  también los parroquianos de siempre acodados a la barra de la noche. De vez en cuando sucedía algún concierto de jazz para matizar la rutina, sobre todo cuando tocaba el saxo Juancho Magneres con sus amigos.  Desde el principio hasta el fin, Olivia tuvo el sello y la marca de su creador: el Manguera (como lo llama todo el mundo) Magneres, un tipo de sumo perfil bajo al que se le fueron pasando los años, como a todos, en el reducto de calle 9 de Julio a pasitos de Sarmiento, con la perpetua vecindad del Hotel Austral. Hasta que hace algunos días, el hombre se jubiló.

Olivia, en buena medida, fue el recinto de la aristocracia del barrio, pero también de una gran cantidad de vecinos que podían celebrar el acontecimiento de una conversación –el ritual de la charla, del diálogo, de la empatía de la palabra- sin la interferencia del televisor. Sólo la música funcional, porque Olivia deviene de aquella atmósfera de los boliches del siglo veinte, cuando la música funcional –sistema previo al nacimiento de las radios de frecuencia modulada- sonorizaba en muy bajo volumen los ambientes de la sociabilidad cafetera lugareña. Intimidad y sobriedad fueron los signos de identidad de un bar con no más de ocho mesas, una barra breve, de madera, tres butacas, dos baños al fondo y doble entrada: la de la puerta de vidrio que daba al hotel, sólo usada por los viajeros, y la del acceso central, también de vidrio.

Con el cierre de Olivia también, cual paréntesis final, cierra un ciclo de charlas de café y personajes locales. Un bar consagrado a la amistad, la lectura de los diarios y el encuentro con ciertas mitologías urbanas. Una cosmovisión hecha de anécdotas y rituales a la medida de los pueblos grandes, de cortados en jarro mañaneros y de abundantes whiskies en la cómplice nocturnidad tandileña. Cae el telón de un pequeño recinto gobernado por las palabras que fueron historias,  las ficcionales y las verdaderas, los pequeños y los grandes relatos que poblaron las mesas de un barcito con identidad propia, un sitio que más allá de la dictadura de las modas y el cambio de las épocas siempre estuvo ahí, y que por eso mismo nunca lo habremos de olvidar.

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